En verano, no sólo cambian nuestros hábitos y horarios, sino que el clima, en especial la humedad y temperatura, también afecta a la virulencia de los patógenos. La combinación de estos dos factores afecta a la propagación de enfermedades.

Uno de los riesgos asociados al verano es la deshidratación debida al aumento de las temperaturas y a la mayor exposición al sol, siendo importante mantenerse hidratados para compensar esta pérdida de agua. Asimismo, diferentes infecciones como la otitis, conjuntivitis, verrugas plantares y cistitis suelen estar asociadas a la humedad y/o temperatura del agua, por ejemplo, resultante de baños en piscinas y playas. Un estudio reciente de Estados Unidos acerca de las infecciones del tracto urinario (UTIs, por sus siglas en inglés) concluyó que la posibilidad de ser diagnosticado aumenta 1,19 veces en los meses más cálidos, aumentando además los ingresos hospitalarios por UTIs.

Los ambientes cálidos también facilitan en ocasiones el desarrollo de bacterias en la comida que no es conservada correctamente, como Salmonella y Escherichia coli, causantes de intoxicaciones alimentarias, caracterizadas por dolores estomacales, diarrea, fiebre y vómitos. Pero, además de la proliferación de ciertos patógenos, las diferentes estaciones y temperaturas tienen también consecuencias sobre el sistema inmunitario, afectando por tanto a nuestra capacidad de defensa. Un estudio en ratones del año 2019 demostró que al exponerlos a altas temperaturas reducían mucho su ingesta alimentaria. Esto afectó a su respuesta inmunitaria adaptativa, con una menor producción de citoquinas, menor tasa de eliminación vírica y mayores niveles de autofagia, entre otros.

Sin embargo, no es solo la temperatura lo que nos afecta.  El cambio de estación conlleva cambios en la duración de los días, con días más largos en los meses de verano. Estas variaciones de luz se correlacionan biológicamente con los ritmos circadianos, regulados por genes reloj periféricos o “peripheral clock genes”. Debido a este reloj interno, muchos procesos biológicos muestran variaciones estacionales, incluyendo aquellos con un importante papel inmunológico, como el metabolismo de la vitamina D . Por ejemplo, en el hemisferio Norte, ciertos genes relacionados con la inflamación se expresan más en invierno, mientras que en zonas próximas al Ecuador su expresión se acentúa en los meses más lluviosos, época con una mayor incidencia de malaria en diversas poblaciones. Por ello, una de las hipótesis acerca de los cambios inmunológicos observados es la de la adaptación ambiental a ciertas enfermedades más comunes según la estación del año, hablando de “genes de verano” y “genes de invierno”.


¿Qué puedes hacer para viajar protegido este verano?

Existen páginas web que te ayudan a viajar sano ya que te informan sobre las enfermedades endémicas de cada país frente a las que es recomendable protegerse antes de viajar a la zona.