Como hemos visto en el anterior inmunoflash, durante el embarazo coexisten dos sistemas inmunes en un mismo entorno, el de la madre y el del bebé. Para que esto sea posible y no se produzca un rechazo, la inmunidad de este último no se desarrolla completamente. Por tanto, después del nacimiento y durante el primer año de vida, el bebé cuenta con un sistema inmune todavía inmaduro, siendo más susceptibles a infecciones.

Debido a ello durante las primeras semanas de vida los neonatos son especialmente vulnerables. Según la Organización Mundial de la Salud, se producen entre 2,8 y 3,3 millones de muertes al año de bebés durante las primeras 4 semanas de vida, siendo las enfermedades infecciosas una de las principales causas de mortalidad.

Además, debemos tener en cuenta los desafíos inmunológicos a los que se enfrenta un recién nacido, como distinguir entre anticuerpos propios inocuos, antígenos maternos y la gran variedad de antígenos externos a los que se expone al pasar del medio estéril del útero al mundo exterior.

  • Transferencia por vía placentaria

Esta inmadurez del sistema inmune del recién nacido se puede mitigar con la trasferencia por vía placentaria de anticuerpos específicos para ciertos patógenos (casi exclusivamente IgG) y otros mediadores del sistema inmune durante la gestación. Es por ello que la inmunidad del bebé dependerá en gran medida de la concentración de anticuerpos específicos que tenga la madre durante el embarazo. La inmunidad humoral que le transfiere la madre al neonato es clave contra infecciones tempranas o gastrointestinales.

La placenta es una barrera que impide, de manera parcial, la transferencia de sustancias nocivas de la madre al feto. Sin embargo, cuenta con un mecanismo de transporte activo y específico que permite dicha transferencia de anticuerpos maternos. El transporte activo de estos anticuerpos empieza en estadios tempranos de gestación, aunque con baja eficacia, y va aumentando conforme avanza el embarazo hasta alcanzar el punto máximo durante las últimas cuatro semanas.

  • Interferencia inmunológica

La transferencia de anticuerpos procedentes de la madre juega un papel fundamental en la inmunidad neonatal. Sin embargo, algunos estudios apuntan a que altos niveles de anticuerpos maternos podrían disminuir la respuesta humoral del neonato asociada a algunas vacunas. Este proceso recibe el nombre de blunting o interferencia inmunológica.

Sin embargo, debemos tener en cuenta que tras la vacunación el bebé también desarrolla inmunidad celular, que es asimismo importante en la protección y compensa esta menor respuesta humoral. Incluso algunos estudios apuntan a que la transferencia de anticuerpos maternos podría estimular esta inmunidad celular en el recién nacido. Además, este fenómeno de interferencia inmunológica va disminuyendo conforme desciende la cantidad de anticuerpos maternos y por tanto no pone en riesgo la protección a largo plazo del recién nacido tras la vacunación.

  • Transferencia a través de la lactancia

Otra forma de compensar la inmadurez del sistema inmune de los recién nacidos es a través de la leche materna. Esta contiene cantidades significantes de Inmunoglobulina A, un anticuerpo que se encuentra en primera línea de defensa ante una infección inhibiendo la adhesión bacteriana y viral y neutralizando toxinas.

Además, en la leche materna también encontramos células B de memoria productoras de Inmunoglobulinas G, las cuales protegen al bebé frente a patógenos específicos, así como células T CD4+, glóbulos blancos que tienen un papel fundamental en la inmunidad adaptativa.

Así pues, es crucial el desarrollo del sistema inmune en el neonato, tanto durante la gestación como en los primeros meses de vida. Por ello, es importante tener en cuenta aquellos factores que favorecen esta transferencia transplacentaria de anticuerpos y otros elementos del sistema inmune entre la embarazada y el bebé, como una edad gestacional alta del bebé o un estado nutricional equilibrado de la madre.