“Somos lo que comemos”, “de lo que se come se cría”... el refranero popular está lleno de referencias a la importancia de la alimentación, y no se equivoca: la dieta tiene un gran impacto en nuestro sistema inmune.

Las interacciones entre inmunología y nutrición son abundantes y complejas. Factores como el estado general nutricional y los hábitos alimenticios influyen sobre el sistema inmune, desde la señalización hormonal hasta la interacción directa entre nutrientes y las células inmunes. De manera recíproca, el sistema inmune también juega un papel determinante en las necesidades energéticas de nuestro cuerpo y en nuestra respuesta hacia determinados alimentos. Por ejemplo, cuando el sistema inmune tiene una mayor actividad porque se halla luchando frente a una infección, éste incrementa la demanda de energía y aumenta el gasto metabólico.

Una nutrición adecuada es necesaria para que las células de nuestro organismo funcionen de manera óptima, incluyendo las células del sistema inmune. Por tanto, una buena alimentación permitirá que las células inmunes inicien respuestas rápidas y eficaces frente a patógenos, algo que resulta de vital importancia para prevenir procesos de inflamación crónica asociados, en muchos casos, a tiempos de respuesta elevados. De hecho, se ha asociado el presentar un estado nutricional deficiente con un mayor riesgo de contraer infecciones, además de creer que juegan un papel fundamental en el desarrollo de otras enfermedades (como alergias, cáncer, diabetes y enfermedades cardiovasculares).

Pero ¿por qué alimentación y sistema inmune guardan esta relación? Los nutrientes son sustancias contenidas en los alimentos que son necesarias para el correcto  funcionamiento de todo el organismo, incluido el sistema inmune. Éstos se dividen en dos grupos: micronutrientes y macronutrientes.


  • Rol de los micronutrientes

Los micronutrientes son sustancias que no aportan energía, pero son esenciales para el buen funcionamiento de nuestro organismo. Este grupo incluye a las vitaminas, los minerales y los oligoelementos. Algunos micronutrientes que incorporamos en nuestra dieta presentan roles muy específicos en el desarrollo y mantenimiento del sistema inmune a lo largo de la vida, como son por ejemplo:

  • La arginina, un aminoácido esencial, es imprescindible para la síntesis de óxido nítrico por los macrófagos, que es tóxico para ciertos microorganismos y células tumorales. 
  • La vitamina A y el zinc regulan la división celular, por lo que son fundamentales para la multiplicación y crecimiento de las células del sistema inmune. Este último es importante para el funcionamiento normal de las células inmunes innatas (p. ej., células NK, macrófagos, neutrófilos), necesario para el correcto funcionamiento de los linfocitos B y T, y además participa en el desarrollo y la diferenciación de las células Th1 y Th2 y apoya la respuesta antiinflamatoria Th2, entre otras funciones. 
  •  La vitamina C es antioxidante, estimula la proliferación y diferenciación de linfocitos e influye en las actividades antimicrobianas y de las células NK y en la quimiotaxis, entre otras funciones. 
  • La vitamina D, para la que muchas células inmunes presentan receptores en su superficie, estimula la diferenciación de los monocitos en macrófagos e incrementa la proliferación de las células inmunes y la producción de citocinas.
  •  La vitamina E puede aumentar la producción de IL-2 además de potenciar la respuesta y proliferación de los linfocitos T y NK, entre otras funciones. 

Existen más micronutrientes con diferentes roles en el funcionamiento del sistema inmune, como las vitaminas B6, 9 y 12, las cuales tienen un papel importante en la producción de citocinas y en la actividad de las células NK, manteniendo la inmunidad innata.

  • Rol de los macronutrientes

Por otra parte, los macronutrientes son sustancias que proporcionan energía al organismo y que forman parte de las estructuras celulares, como la membrana celular. Este grupo de nutrientes incluye las proteínas, las grasas y los hidratos de carbono.

Los macronutrientes que ingerimos también interactúan con el sistema inmune. Por ejemplo, los ácidos grasos actúan como precursores de la síntesis de ciertas moléculas inmunes, como las prostaglandinas y los leucotrienos, los cuales están implicados en promover la sensibilización a alérgenos. Por otro lado, las necesidades metabólicas de las células T incluyen un incremento de la absorción y utilización de glucosa, aminoácidos y ácidos grasos. Así, una deficiencia en la absorción de glucosa tiene un impacto negativo en numerosas funciones de las células T, con deficiencia en la proliferación y la expresión de citocinas. De manera similar, la deficiencia en aminoácidos (como arginina o glutamina) reduce la activación del sistema inmune.


  • Microbioma y dieta

Además de la nutrición, otro de los factores más influyentes para la salud de nuestro organismo es el conjunto de microorganismos que habitan en él, conocido como microbioma. La relación que mantenemos con él es habitualmente mutualista, ya que sus microorganismos nos proporcionan una serie de ventajas que van desde la protección frente a la invasión por agentes patógenos y el desarrollo del sistema inmune a la colaboración en la digestión de componentes de la dieta y la provisión de vitaminas y otros nutrientes esenciales. Por tanto, las funciones que ejerce la microbiota son esenciales para nuestra vida.

La mayoría de microorganismos del microbioma se encuentran en el aparato digestivo, especialmente en el intestino grueso. En consecuencia, la dieta es uno de los factores que modulan la composición y funcionalidad del microbioma. Por ejemplo, una mayor ingesta de proteínas y grasa animal, junto con la ausencia del consumo de fibra, disminuye los niveles de microorganismos que metabolizan algunos de los hidratos de carbono presentes en los vegetales. Por el contrario, el consumo abundante de fibra, frutas y otros vegetales se asocia con incrementos importantes de las especies bacterianas capaces de fermentar dichos nutrientes.

Además, muchos componentes de los alimentos no son absorbidos por el organismo, sino que son sustratos para la actividad metabólica de la microbiota intestinal, que luego producirá otras moléculas útiles para nosotros. Por ejemplo, algunos de los productos bacterianos incrementan la producción de mucus, el cual compone la capa mucosa que recubre nuestro intestino y actúa como barrera protectora frente a infecciones gastrointestinales.  

Por lo tanto, una alimentación equilibrada y variada, que aporte los nutrientes y energía necesarios a nuestro organismo es fundamental para mantener un buen estado de salud a todos los niveles. Comprender cómo nuestra dieta y nuestro estado nutricional influyen tanto en la composición y el funcionamiento dinámico de nuestra microbiota, como en las respuestas innata y adaptativa de nuestro sistema inmune, representa un importante avance para mejorar nuestra salud.